Son muchos los adultos que tratan a los niños como a seres inferiores, y no lo digo a nivel de inteligencia o tamaño, sino a una especie de infravaloración de sentimientos que les hace pensar no tienen la misma capacidad que los adultos para sentir pena, dolor, felicidad… Es como si pensáramos que los niños no han desarrollado aún la complejidad que tienen nuestras mentes, cuando la realidad es que nuestro cerebro nace con nosotros, se desarrolla, aprende, se empapa de conocimientos, pero ya era así cuando vinimos al mundo.
Hace unos meses vino a mi consulta una chica joven, de 31 años, embarazada de cinco meses. Venía un poco obligada por su marido y sus padres porque ella no pensaba que tuviera ningún problema, aunque luego me reconoció que sí lo tenía. Yo jamás habría pensado que una joven inteligente, con cultura y la fuerza interior que ella demostraba en otros aspectos pudiera ser tan frágil y pudiera dudar tanto de sí misma.
Cada día me doy cuenta de que las terapias, aunque con una base generalizada que obviamente está más que estudiada, pueden ser tan personalizadas y diferentes como pacientes puedes llegar a tener. He tenido pacientes que han encontrado su afición y cura en las manualidades, en el deporte, en el baile e incluso en un cambio de hábitos y me parece digo de estudio plantearnos la posibilidad de trabajar ciertas actividades con nuestros pacientes con el fin de obtener mejores resultados y ayudarlos en el menor tiempo posible.