En los últimos años, se ha observado un aumento significativo en la incidencia de ansiedad entre los jóvenes de 25 a 35 años, un fenómeno que preocupa tanto a expertos en salud mental como a la sociedad en general. Este grupo de edad, que suele encontrarse en una etapa crucial de transición y consolidación personal y profesional, enfrenta múltiples factores que contribuyen a la aparición de este trastorno. Comprender las razones detrás de este aumento es fundamental para poder abordarlo adecuadamente y buscar estrategias eficaces para su tratamiento.
Una de las causas principales que se señalan para explicar este crecimiento es el ritmo acelerado y las exigencias del mundo moderno. Los jóvenes adultos de esta franja etaria suelen estar sometidos a una presión constante por alcanzar metas académicas, laborales y personales en plazos cada vez más cortos. La incertidumbre laboral, la precariedad en los contratos, la dificultad para acceder a una vivienda propia y el endeudamiento son fuentes habituales de estrés que generan una sensación de inseguridad y vulnerabilidad. Además, las expectativas sociales y familiares pueden intensificar el sentimiento de fracaso o insuficiencia si no se cumplen ciertos estándares, creando un caldo de cultivo para la ansiedad.
Otro factor relevante es la omnipresencia de la tecnología y las redes sociales en la vida cotidiana. Aunque estas herramientas facilitan la comunicación y el acceso a información, también pueden aumentar la comparación social y la sensación de estar siempre “conectado” y disponible, lo que dificulta la desconexión mental y el descanso. La exposición constante a imágenes idealizadas y noticias negativas puede fomentar sentimientos de insuficiencia, baja autoestima y preocupación por el futuro. Asimismo, la cultura de la inmediatez y la sobrecarga de estímulos digitales generan una activación cerebral continua que puede desencadenar o agravar episodios de ansiedad.
La pandemia global de COVID-19 también ha dejado una huella profunda en la salud mental de esta generación. El aislamiento social, las interrupciones en la vida laboral y académica, y la incertidumbre sobre la salud y el futuro provocaron un aumento de los casos de ansiedad. Aunque la situación ha ido mejorando, muchas personas aún arrastran las secuelas emocionales de ese período, lo que hace que la ansiedad se mantenga como un problema persistente.
Frente a esta realidad, es fundamental que quienes sufren ansiedad en esta etapa de la vida puedan acceder a recursos y tratamientos efectivos. En este sentido, la psicóloga Sánchez, de Soraya Sánchez Psicología nos señala que la terapia psicológica, especialmente la terapia cognitivo-conductual, ha demostrado ser muy eficaz para ayudar a identificar patrones de pensamiento negativos y a desarrollar estrategias para manejarlos. Aprender técnicas de relajación, respiración consciente y mindfulness contribuye a reducir la activación excesiva del sistema nervioso y a mejorar la regulación emocional. En muchos casos, el acompañamiento profesional puede complementarse con la medicación prescrita por psiquiatras, sobre todo en episodios severos, siempre bajo un control médico riguroso.
Además, es importante que las personas adopten hábitos de vida saludables que apoyen el bienestar mental. Mantener una rutina regular de sueño, realizar ejercicio físico de forma constante y equilibrada, y llevar una alimentación variada y nutritiva son pilares que fortalecen la resistencia frente al estrés. Asimismo, fomentar conexiones sociales auténticas y espacios de ocio y desconexión ayuda a equilibrar las demandas diarias y a generar apoyo emocional.
Por otra parte, en el plano social, es necesario que se promuevan políticas públicas que faciliten el acceso a servicios de salud mental de calidad, especialmente para jóvenes adultos. La eliminación del estigma asociado a los trastornos mentales y la creación de entornos laborales y educativos más flexibles y comprensivos también pueden reducir la presión y el estrés. La educación emocional desde edades tempranas contribuiría a que las futuras generaciones estén mejor preparadas para afrontar los retos personales y sociales sin desarrollar ansiedad patológica.
¿Cuál es el perfil de las personas que más sufren la ansiedad?
La ansiedad, aunque puede afectar a cualquier persona, tiende a manifestarse con mayor frecuencia en ciertos perfiles que comparten características, circunstancias o factores de riesgo específicos. En términos generales, los grupos más vulnerables suelen ser aquellos que enfrentan mayores niveles de estrés crónico, cambios significativos en su vida o condiciones que afectan su bienestar emocional y físico.
Entre estos perfiles, destacan principalmente las mujeres, quienes según múltiples estudios epidemiológicos presentan tasas más elevadas de trastornos de ansiedad en comparación con los hombres. Esto puede deberse a una combinación de factores biológicos, hormonales y sociales. Las mujeres suelen experimentar fluctuaciones hormonales que influyen en la regulación del estado de ánimo y la respuesta al estrés, además de estar expuestas a roles y responsabilidades que a menudo incrementan la carga emocional y el estrés cotidiano.
Otra característica común es la edad. Los jóvenes adultos, especialmente entre los 18 y 35 años, son uno de los grupos con mayor prevalencia de ansiedad. Esta etapa de la vida está marcada por la búsqueda de identidad, establecimiento profesional y personal, y muchas veces por incertidumbres económicas y sociales, que pueden generar preocupación constante y estrés prolongado. También es frecuente que las personas mayores de 60 años experimenten ansiedad, en muchos casos relacionada con cambios en la salud, pérdidas afectivas y aislamiento social.
El perfil se amplía incluyendo a personas que atraviesan situaciones de vulnerabilidad socioeconómica. La precariedad laboral, la falta de redes de apoyo, la inseguridad en el hogar o vivir en entornos con altos niveles de violencia y desigualdad son factores que incrementan significativamente el riesgo de desarrollar ansiedad. Asimismo, quienes tienen antecedentes familiares de trastornos mentales o experiencias tempranas de trauma, abuso o negligencia también presentan una mayor predisposición.
Finalmente, desde el punto de vista psicológico, individuos con ciertos rasgos de personalidad, como el perfeccionismo, la alta sensibilidad o una tendencia a la preocupación excesiva, son más propensos a sufrir ansiedad. Del mismo modo, quienes tienen dificultades para gestionar el estrés, carecen de habilidades de afrontamiento o tienen baja autoestima suelen presentar síntomas más frecuentes e intensos.